A medida que Donald Trump se prepara para retomar las riendas del liderazgo de EE. UU., el mundo está presenciando un cambio sísmico en las relaciones transatlánticas. Según Mark Leonard, Director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), la actual crisis en las relaciones entre EE. UU. y Europa rivaliza con el infame debacle del Suez, pero con un giro modernamente impredecible. En el corazón de la agitación se encuentra un multimillonario convertido en operador político, una retórica controvertida sobre la soberanía territorial y una administración entrante dispuesta a revertir los cimientos del orden global.
La Agenda Disruptiva de Trump
La retórica de Trump ha dejado poco lugar a dudas sobre sus intenciones. Desde prometer terminar la guerra en Ucrania en 24 horas hasta cuestionar la santidad de las fronteras territoriales, el presidente electo ha dejado claro su disposición a reescribir las reglas. Sus comentarios sobre Groenlandia y el Canal de Panamá destacan una nueva era de «geopolítica transaccional», una que deja a Europa luchando por una respuesta coherente.
Pero mientras los europeos pueden estar alarmados, el enfoque de Trump está resonando en otros lugares. Una encuesta innovadora del ECFR realizada a más de 28,000 personas en 24 países revela una clara división: en regiones como India, Arabia Saudita, Rusia y China, las políticas de Trump son vistas como un soplo de aire fresco. Tres de cada cinco encuestados creen en su promesa de resolver el conflicto en Ucrania, mientras que la mitad piensa que podría lograr la paz en Oriente Medio.
El Cambio Global Hacia el Pragmatismo
La aprensión de Europa hacia Trump proviene de su inquebrantable agenda de “América Primero”, muy alejada del marco colaborativo que ha sustentado los lazos transatlánticos durante décadas. Sin embargo, muchas potencias intermedias —incluyendo Arabia Saudita, Indonesia y Sudáfrica— dan la bienvenida a este cambio. Ven a EE. UU. no como un árbitro moral, sino como un actor pragmático en un orden mundial más multipolar.
Irónicamente, los rasgos que alarman a Europa—el desdén de Trump por el liderazgo global y su preferencia por acuerdos bilaterales—son precisamente lo que lo hace atractivo para otras regiones. Estos países ya no quieren ser reprendidos por las potencias occidentales. En cambio, prefieren relaciones transaccionales que les permitan perseguir sus intereses sin interferencias.
¿El Papel Disminuido de Europa?
La encuesta del ECFR también reveló una realidad desalentadora: los europeos pueden haber subestimado su relevancia en el escenario mundial. Mientras que la UE a menudo se ve a sí misma como una brújula moral y un baluarte contra el autoritarismo, gran parte del mundo lo ve de manera diferente. Sorprendentemente, sólidas mayorías fuera de Europa aún perciben a la UE como una potencial superpotencia capaz de estar al lado de EE. UU. y China. Sin embargo, el desafío de Europa radica en definir y unificar sus intereses para ejercer este poder de manera efectiva.
El Camino a Seguir
Para navegar esta era trumpiana, Europa debe confrontar sus divisiones internas. Ya sea defendiendo las estrategias económicas de Pekín, la intromisión política de Moscú o la imprevisibilidad de Washington, la unidad es clave. En lugar de hacerse pasar por un contrapeso a Trump, Europa debe centrarse en asegurar sus intereses a través de estrategias pragmáticas y cohesivas.
El mensaje del mundo es claro: el potencial de la UE es inmenso, pero su influencia dependerá de su capacidad para actuar de manera decisiva y sin discordia interna.